Mié. May 15th, 2024

Woman and her favorite dog portrait

Los animales no nacen con un nombre, hay que aprender a nombrarlos – Porfirio Tepox Cuatlayotl

En este escrito, presentaremos la actividad de nombrar las cosas como un problema tan antiguo y tan actual. Tan antiguo como se expone en el Cratilo de Platón, tan actual como es la reciente creación del término aporofobia por Adela Cortina…

Porfirio Tepox Cuatlayotl

Profesor de la Academia de Lenguas Clásicas Fray Alonso de la Veracruz

Prenotando

En este escrito, presentaremos la actividad de nombrar las cosas como un problema tan antiguo y tan actual. Tan antiguo como se expone en el Cratilo de Platón, tan actual como es la reciente creación del término aporofobia por Adela Cortina. Además, sendos momentos serán iluminados con ejercicios etimológicos correspondientes a nombres de animales en lengua griega y náhuatl, lo cual, a su vez, nos permitirá ver la capacidad  y el genio de sendas leguas en la composición de palabras en torno a su realidad.

Nombrar las cosas, un problema antiguo

En cuanto a la manera de nombrar las cosas en el mundo antiguo, este problema se presenta, insistimos, en el Crátilo de Platón. En este diálogo, Hermógenes, Crátilo y Sócrates participan en una discusión sobre la exactitud de los nombres. Así, por un lado, Crátilo apunta que los nombres son exactos por naturaleza, de donde se sujeta la teoría naturalista de los nombres, por el otro, Hermógenes sostiene que la exactitud de los nombres es pacto y consenso, de donde surge la teoría convencionalista. Situados en este problema, Sócrates trata de darle salida en este diálogo.

Una vez que se ha expuesto de manera sucinta el problema de poner los nombres a las cosas, consideramos que de las reflexiones de este diálogo podemos extraer la ya conocida definición etimológica, que expone la razón del origen del nombre, esto es, aquello por lo cual un nombre es impuesto.[1]

Enseguida, para iluminar la definición etimológica, de los muchos nombres del lenguaje de la biología, en este apartado, únicamente, ofrecemos tres, de los cuales desarrollamos su definición nominal, esto es, etimológica y pragmática en el siguiente orden, primero presentamos el nombre de un ave, luego el de un insecto, y finalmente el análisis del nombre de un reptil fósil.

Mas, antes de presentar el primer ejemplo consideramos que es importante resaltar que la definición etimológica de los nombres de los animales que, a continuación, exponemos, está relacionada con alguna característica morfológica, etológica y del modo de vida del animal en estudio, tal como se expone en el libro Crátilo, esto es, que los nombres están relacionadas con las formas o contenidos de la cosas. Hecha esta puntualización, pasamos a presentar los ejemplos anunciados.

El primer ejemplo corresponde al vocablo pingüino, el cual se traduce como gordo, obeso, grasiento, pues la palabra proviene del adjetivo, latino pinguis –e, con los significados citados. El pingüino es un ave palmípeda marina, no voladora, de color blanco y negro, de gran tamaño, figura erguida  y alas adaptadas para bucear, que vive en el hemisferio sur, principalmente en las regiones polares.[2]

Podemos ver que la palabra pingüino tiene una correspondencia con las características de esta ave, pues al ser un ave de gran tamaño y sin hábitos de vuelo, esto le permite tener grandes reservas de grasa para soportar los climas gélidos, asimismo, esta grasa sirve como reserva de energía y para dar el nombre a esta ave de clima gélido.

El segundo ejemplo corresponde al vocablo coleóptero, éste debe entenderse como el estuche con alas, pues esta palabra se integra del sustantivo griego  κολεóς (coleós), estuche, cofre; y πτερóν (pterón), ala. De manera más usual, los coleópteros son conocidos como escarabajos, es decir, los que tienen aspecto de buey, debido a que este nombre integra los sustantivos griegos κάρα (kára), aspecto, y βοῦς (bus), buey.

En cuanto a sus características morfológicas un coleóptero tiene un caparazón consistente, y dos élitros córneos que cubren dos alas membranosas, plegadas al través cuando el animal no vuela.[3] Debido a esto, sugerimos que el caparazón consistente y los dos élitros córneos están relacionados con la palabra κολεóς (coleós), estuche; y las alas membranosas con la palabra  πτερóν (pterón)[4]

El tercer ejemplo es el vocablo pterodáctilo, a saber, alas con dedos, debido a que este nombre integra los sustantivos griegos πτερóν (pterón), ala; y δάκτυλος (dáctilos), dedo. Éste animal ha sido estudiado como un reptil fósil, probablemente, volador gracias a unas membranas semejantes a las del murciélago, y del cual se han hallado restos petrificados principalmente en el terreno jurásico.[5]

En lo que corresponde al nombre de este dinosaurio volador, proponemos que las alas membranosas están relacionadas con el sustantivos πτερóν (pterón), y las garras semejantes a dedos, con el vocablo δάκτυλος (dáctilos).

Nombrar las cosas, un problema vigente

El oficio de nombrar las cosas sigue vigente, tal como lo expone Adela Cortina, al tratar el problema del desprecio a los pobres, a los mal situados. Para hacer tangible este problema, la filósofa construye la palabra aporofobia, a saber, el rechazo al pobre, esto, a través del adjetivo griego ἄπορος (áporos), pobre, sin recursos; y del verbo griego φοβέω (phobéo), temer, despreciar.[6]

Al abordar este problema, Cortina nos recuerda que en la actualidad hay muchas cosas que carecen de nombre, esto lo hace con la introducción del libro Cien años de soledad de Gabriel García Márquez de la siguiente manera:

Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo. Macondo era entonces una aldea de veinte casas de barro y cañabrava construidas a la orilla de un río de aguas diáfanas que se precipitaban por un lecho de piedras pulidas, blancas y enormes como huevos prehistóricos. El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo.

Con la introducción de Cien años de soledad, Cortina señala algo que ha sido muy peculiar de la historia de la humanidad, esto es, el intento de ir poniendo nombres a las cosas para hacerlas parte nuestra y traerlas a nuestro mundo, al mundo del diálogo, de la reflexión, de la conversación y de la razón pública, asimismo, apunta que aquellas cosas sin  nombre, por mucho que existan, no parece que sean parte nuestra hasta que tengan su nombre.[7]

Vemos, con esto, que la actividad de nombrar las cosas, como lo indicamos en el prenotando de este trabajo, es tan antigua como actual. Actividad que se puede llevar a cabo con distintas lenguas y en distintos momentos históricos, por esto para iluminar este apartado, ahora presentamos tres ejemplos en lengua náhuatl, con los cuales nos aproximaremos a la manera en que los hablantes de esta lengua insertaron a su diálogo a aquellos seres vivos, que fueron traídos de Occidente al Continente Americano, esto con la revisión de las definición etimológica de las palabras cochinomizton y cuanaca como se anota en las siguientes líneas.

Cochino, el que duerme o el dormilón, pues es una palabra que se deriva del verbo náhuatl cochi, dormir. Del verbo cochi se obtuvo el sustantivo verbal cochini, palabra que ya está muy próxima al vocablo cochino.

La sugerencia sobre la causa del nombre de este animal es que uno de sus hábitos más sobresalientes es el dormir o estar adormecido la mayor parte del día, por lo que pensamos que no fue difícil para el hablante de la lengua náhuatl colocarle su nombre como cochini, es decir, dormilón.

Mizton, el gatillo. Este fue el nombre que le asignaron al gato doméstico, de hecho este nombre sigue vigente en las comunidades de hablantes de la lengua náhuatl. El vocablo mizton se compone del sustantivo miztli, que puede significar, ya puma, ya jaguar, esto es, felino o gato de gran talla, y del sufijo despectivo-diminutivo –ton que denota menosprecio y pequeñez, y equivale a la desinencia de la lengua española –illo.

Seguramente, el hablante de la lengua náhuatl le asignó el nombre mizton, es decir, gatillo al gato doméstico por comparación con otros felinos de mayor talla como el mismo miztli, puma o jaguar, o por confrontación con el mazamiztli, león ciervo, animal citado por Fray Bernandino de Sahagún. El mazamiztli, actualmente, no se tiene identificado, pero de acuerdo a su nombre debió ser un felino de gran talla.

Cuanaca, carne de cabeza. Este fue el nombre que los hablantes de la lengua náhuatl dieron al gallo y a la gallina traída de Occidente. La palabra cuanaca integra los sustantivos cuaitl, cabeza; y nacatl, carne. Sin duda, estas palabras hacen alusión a la cresta de estas aves de corral.

Ahora vemos que, de los tres nombres nahuas de estos animales, sólo tuvo éxito en el español de México el vocablo cochino. Y mizton y cuanaca fueron integrados solo para la lengua náhuatl. Asimismo, queremos agregar que fue conveniente presentar estos ejemplos para iluminar la idea de Adela Cortina quien ha expuesto que hay muchas cosas que necesitan ser nombradas si se quiere traerlas a nuestro mundo, si se quiere darles un contorno para introducirlas al diálogo, para el caso, el introducir a estos animales traídos de Occidente al diálogo del mundo náhuatl.

A manera de conclusión

Apuntamos que la lengua griega y la náhuatl, ya en el pasado, ya en el presente, han sido lenguas de gran genio y capacidad para nombrar la realidad de su entorno, tal como se mostró con los ejemplos de los nombres pingüino, coleóptero, terodáctilo, cochino, mizton y cuanaca, palabras relacionados con las características morfológicas y etológicas de los animales en estudio. 

[1] Beuchot Puente, Mauricio,  El problema de los universales, México, UNAM, 2010.

[2] Diccionario de la lengua española, Edición del Tricentenario, actualización 2018.

[3] Ídem.

[4] Ídem.

[5] Ídem.

[6] Aporofobia, el miedo a las personas pobres, Adela Cortina, TEDxUPValència, en https://www.youtube.com/watch?v=ZODPxP68zT0

[7] Ídem.